En el transcurso de los siglos, desde el
"Poema del mío Cid" hasta el "Romancero",
pasando por los cantares de gestas o el master de juglaría, fueron
desfilando por la historia de la poesía popular innumerables voces
de poetas que desembocaron en el "Romancero Gitano" de
Lorca.
Sin embargo, superado el romanticismo y el
modernismo, aparecieron los poetas de la Generación del 98, los del
Grupo del 27 y los del 50 o de posguerra, entre los que destacaron
importantes poetas populares entre los que se encontraban los más
genuinos representes de cada grupo y que no citamos por ser de todos
conocidos.
Y así hasta que el poeta murciano, republicano
del éxodo y el llanto, León Felipe, farmacéutico de profesión en
la Alcarria, actor y cómico de la legua que recorrió España con
una compañía de teatro, lanzó su terrible alegato sobre la
poesía popular española:
"Deshaced el verso.
Quitadle los caireles de la rima,
el metro, la cadencia,
y hasta la idea misma.
Aventad las palabras,
y si después queda algo todavía
eso será la poesía".
Con tal aserto, buscando originales innovaciones,
no solo trataba de dar un varapalo a las convenciones normativas de
la tradición literaria contenidas en la Preceptiva, sino que con
tales premoniciones abría el camino a infinidad de poetas que
jamás se ajustaron a las reglas clásicas, dando lugar a que la
verdadera poesía, la que siempre fue grata al pueblo, que encendía
y emocionaba a las masas y era comprensible para todos, entrara en
un largo proceso de decadencia y marginación.
A partir de entonces saltáronse las reglas
académicas a la torera y surgieron en el plantario español de la
poesía infinidad de monederos falsos, "nuevos" bardos,
los neogongoristas y cerebrales, asépticos, ininteligibles y
aburridos, hipervanguardistas y novísimos de última hora, vates
cuyas estrofas no hay quien las digiera que, tratando de adentrarse
en el mundo infinito de la metafísica, se pierden entre gruesos
diccionarios y enciclopedias buscando no solamente la palabra exacta
sino la metáfora irreversible, convirtiéndose en aspirantes
perpetuos a supremos sacerdotes del verso.
Por otra parte hemos de decir que, a pesar de
todo, aunque la poesía popular jamás haya sido reconocida por los
puristas, se siguen escribiendo versos singulares para la nostalgia
y el sentimiento que cuentan historias, que evocan épocas,
ambientes, circunstancias y reflejan la realidad de cada momento. Y
desde luego sigue formando parte de un rico y variado tesoro,
escasamente valorado, cuando no directamente despreciado por la
crítica y los profesionales de la literatura.
Y ahora que estamos en un tiempo en que se habla
de la Memoria Histórica y algunos tratan de rescatarla hemos
decidido, una vez más, hacer uso de la palabra en su defensa.
Porque aunque no lo quieran, la poesía popular,
la mal llamada poesía impura, forma parte sustancial de esa Memoria
Histórica de España, y quien no lo crea que consulte a Vázquez
Montalbán, Antonio Burgos o Carlos Herrera, entre otros autores
sobradamente conocidos.
Hay quien ha llegado a decir que la historia de
la literatura la escriben los vencedores de la crítica y la poesía
del pueblo fue la gran derrotada por las valoraciones puristas, por
lo que hay que excavar en las fosas de la memoria de la poesía
popular para colocarla en el lugar que dignamente merece dentro de
la cultura de masas del siglo XX español.
Y todo ello sin olvidar que a lo largo de la
eterna posguerra las compañías de teatro que recorrían los
pueblos y ciudades de España con sus espectáculos de folklore
incluían en sus repertorios algunos rapsodas que declamaban ante el
público versos de "Penas y alegrías del amor" o "La
profecía" de Rafael de León, "El Piyayo" de José
Carlos de Luna, "El parque de María Luisa", de Juan
Antonio Cavestany, "Feria de Abril en Jerez" de José
María Pemán, "Tus cinco toritos negros", de Benítez
Carrasco, "La casada infiel", de Lorca, "La
copla", de Manuel Machado, "Ya están ahí las
carretas", de Juan Ramón Jiménez, "El ama" de
Gabriel y Galán" o "La nacencia", de Luis Chamizo,
entre otros nombres destacados en aquellos duros tiempos de silencio
y oscurantismo.
No hay que olvidar que aquellos artistas de la
palabra, recitadores de la poesía bien dicha y mejor sentida, se
hicieron populares y universales al declamar en sus espectáculos o
en sus funciones dedicadas al arte del verso del ritmo y de la rima
lo más conocido de la poesía popular y, como las canciones de
nuestras tonadilleras, alegraron las tristezas de España y
sirvieron de deleite de los lectores amantes del verso.
Sin embargo la poesía popular, cuanto más
llegaba al corazón de quienes la escuchaban y vibraban con sus
armonías y fuerza descriptiva, más despreciada era por los
críticos y por los profesionales de la literatura, comprobándose
una vez más que en las claves de la deshumanización del arte, el
publico admiraba y hacia suyo cuanto los profesionales de la poesía
despreciaban de las masas mejores frente a la deshumanización
minoritaria del arte.
Por estas circunstancias y durante años los
versos populares y sus autores fueron recluidos en un gueto, en el
campo de concentración del descrédito y del desprecio. Y mientras
que estos poetas nunca se opusieron o escribieron sátiras en contra
de cualquier clase de innovación, afirmando que cada uno escribiera
como mejor supiera hacerlo - que ya la criba implacable del tiempo
se encargaría de poner a cada uno en su sitio - los puristas
arremetían contra lo popular.
No obstante y a pesar de la premonición de León
Felipe, entre unos y otros no consiguieron dar la puntilla a la
poesía popular y sus consejos solo fueron tenidos en cuenta por
esos poetas que, por lo que se ve, no saben escribir de otra forma.
Y los versos populares sobreviven conservando el ritmo, la métrica,
la rima, la asonancia, los adornos, la musicalidad, la belleza, el
idealismo, el sentimiento, la emoción, la fuerza, el idealismo y la
garra que emociona y eleva el espíritu del hombre.
Y sucede en Extremadura, como en el pasado siglo
sucedió en Andalucía, que la pobreza, la ignorancia y la
indiferencia de nuestro ambiente literario han hecho posible que
poetas sinceros y auténticos jamás recibieran la atención que se
merecían, mientras en el imaginario escalafón de la poesía
ascendían a escaños superiores algunos aduladores, trepas y "progres"
mediocres cuya obra no llega a traspasar ni tan siquiera nuestros
límites comunitarios.
Y mientras se sigue ignorando que en el mundo
poético popular se encuentra una buena parte del las señas
sentimentales de identidad de las generaciones de nuestros padres,
de nuestros abuelos y de nuestra propia infancia, finalizo con
"Sueños" un breve ejemplo de poesía popular que escribí
cuando eran joven… hace ya algunos años:
Entre tu puerta y la mía
hay un estrecho sendero
que recorrí muchas veces
para decir que te quiero,
y recordarte que anoche
he vuelto a tener un sueño
donde te veía desnuda
como una estatua de hielo.
Y todo tu cuerpo, hermosa,
aparecía ante mi cielo:
primero fue tu melena
de abundante pelo negro
después contemplé tus ojos
que yo por verlos me muero,
más tarde tus labios rojos
como carbones ardiendo.
Sin fuerza entreabrí los ojos
porque te veía muy lejos
y tu imagen se escapaba
por las mil puertas del sueño.
Y volví a cerrar los ojos
para contemplar tu cuerpo
porque la noche era noche
mezcla de amor y de fuego.
La pasión ardía en mis venas
y en las entrañas del pecho
un infierno se encendía
como un volcán de deseos…
Sentí celos de la luna
al besarte en blanco lecho
cuando el balcón de tu alcoba
al viento dejaste abierto.
Y en mi alma, torturada,
por el infierno que siento,
la escuché, estaba llorando,
de tanto como te quiero.
Al despertar comprendí
lo incierto de mis silencios
y las diferencias que hay
entre realidad y sueños.
***
He vuelto a soñar contigo,
soñé y al verte llorando
te dije unos versos míos
que te escribí hace años:
A la vera de una fuente
baja un arroyo cantando:
Las penas que yo tenía
el agua se va llevando
y no queda ni el consuelo
de haberte querío tanto.